La terrible situación mundial causada por el COVID 19, está poniendo a prueba todas las industrias conocidas. La agricultura no es una excepción, al contrario, las circunstancias han puesto aún más presión en un sector que ya de por si se enfrenta cada año a un nuevo reto.
Como se apreció durante la primera fase de la pandemia, los establecimientos de venta de alimentos, se vieron desbordados por la exacerbada demanda hasta el punto de darse carencias de ciertos productos, haciendo a su vez inefectivos todas las planificaciones de los agricultores. Los temores de que esta situación se vuelva a repetir durante esta segunda ola, están aumentando.
La crisis del COVID 19 ha remarcado la vital importancia del sector agrícola, situándolo a nivel del sector sanitario entre otros. En la mayoría de las naciones occidentales, se les ha dado un status de valor a todos aquellos trabajadores implicados en la producción, distribución y venta de alimentos, para así poder cumplir con las crecientes demandas. Concretamente en la Unión Europea, además de acentuar con mayor intensidad la ya establecida libre circulación de bienes entre sus estados miembros, se han dedicado ayudas a aquellos países que han presentado más necesidad de ayuda para continuar su producción. Gran parte de esos fondos, se presume serán invertidos en el sector agrícola para que todos estos constantes retos sean superados.
Lamentablemente las medidas necesarias para frenar la pandemia han afectado a muchos negocios en el sector. Aun pesar del aumento de demanda, el crecimiento no se ha repartido de manera proporcional. Se ha apreciado un aumento desproporcionado en aquellos productores y/o distribuidores que comerciaban con establecimientos de venta de alimentación frente al detrimento preocupante de aquellos que comerciaban con el sector de la restauración.
La pandemia está poniendo a prueba al sector, carencias, exigencias aumentadas en el área logística y cambio drásticos en el consumo.